Rosa Delia Galicia López, ex trabajadora doméstica y de la maquila, y coordinadora general de la Asociación de Mujeres Empleadas y Desempleadas Unidas contra la Violencia (AMUCV).
Su niñez terminó a los 8 años luego de la separación de sus padres y al tener que trasladarse con su mamá y sus hermanos al pueblo. En ese momento, la sobrevivencia se convirtió en la urgencia y la educación dejó de ser una prioridad. Rosa Delia, hoy de 75 años, recuerda como si fuese ayer esa etapa de su vida: “empecé a trabajar a los ocho años, barriendo, regando las flores, dándole de comer a los pollos y a los cerdos. Me pagaban tres quetzales (que era prácticamente nada) y me daban de comer. Al menos mi mamá se sentía bien porque ya no tenía que darme la comida. Eran tiempos bastante difíciles”.
A los 14 años se trasladó a la capital y por 11 años ejerció como trabajadora doméstica en distintos hogares. Durante ese tiempo aprendió a leer y a escribir. Todo cambió cuando se convirtió en madre a los 25. Ya con un niño era más difícil encontrar trabajo y decidió dejar a su hijo con su mamá, para poder migrar y encontrar mejores condiciones laborales. Estuvo tres años en Costa Rica como trabajadora doméstica y al regresar en 1983, empezó a trabajar en una fábrica, gracias a una amiga que laboraba ahí.
Por muchos años se sintió satisfecha con su trabajo. Era duro, pero la trataban bien, ganaba más que como trabajadora doméstica y aprendió bastante. Sin embargo, cuando el jefe de producción murió, las cosas cambiaron para mal. Contrataron a un nuevo jefe que venía con otras reglas y empezaron los malos tratos.
Esto fue la chispa que les impulsó a sindicalizarse en 1986 y gracias a la formación que recibieron, pudieron prever los problemas que surgirían como resultado de organizarse y también se fortalecieron para sostener la lucha y no desmayar en el camino.
Fue así como Rosa Delia junto a dos compañeras de la fábrica emplazaron a la empresa, porque en ese tiempo el sexismo y el machismo eran más marcados que hoy y las mujeres no participaban debido a la discriminación por razones de género. Sin embargo, de algo estaban seguras: sólo estando organizadas podrían hacer valer sus derechos laborales y exponer sus demandas.
A pesar de ser un grupo pequeño, conformado por sólo tres mujeres, se presentaron con fuerza y determinación para exponer los puntos que estaban afectando a las y los trabajadores de la fábrica: el salario no había aumentado, se necesitaban mejorar de las condiciones laborales y se tenía que frenar el acoso a las trabajadoras.
Sentarse y discutir con el dueño de la empresa y con los inspectores fue un momento trascendental en su vida, pero tuvieron problemas. “El dueño nos sacó al patio de la empresa, se pararon las plantas y dijo lo típico que siempre dicen: ´estos son los que me quieren quitar mi empresa y los quieren dejar sin trabajo a ustedes´. Sufrimos de muchos atentados, tanto los compañeros como yo”. Pusieron a la policía militar para andar detrás de las y los trabajadores. Este acoso “nos enfureció. Tomamos la empresa por ocho días e hicimos huelga para que esa gente desapareciera”.
Tuvieron varios logros a nivel sindical, siendo el pacto colectivo con la empresa para beneficiar a las mujeres, uno de los que más orgullo le da. “Logramos una guardería con el sindicato y el pago de las operaciones de lo que hacíamos en nuestro trabajo, la reinstalación”. Al final la empresa fue cerrada pero no por el sindicato, sino por problemas personales del dueño.
“Cuando salimos de la empresa tuve la oportunidad de trabajar en el Centro de Acción Legal en Derechos Humanos (CALDH), con los trabajadores de las maquilas, en capacitación. Esto me permitió avanzar y aprender más cosas. Estuve del 98 al 2005″.
La otra jornada de lucha fue individual. Luchar por la tierra, por una vivienda. En 1995 se trasladó al asentamiento Mario Alioto. “Nos venimos en una precariedad tremenda, sin agua, sin luz, sin letrina, sin nada. Nos llevó tiempo documentar esta tierra”.
La lucha no tiene fin, siempre está latente, pero hoy requiere más esfuerzos que antes. Rosa Delia enfocó sus fuerzas en la sensibilización de las mujeres, convenciéndolas de que en la vida hay que luchar, tener firmeza y decisión, porque el miedo paraliza.
En 2005 después de salir de CALDH, surgió la idea de crear AMUCV, la Asociación de Mujeres Empleadas y Desempleadas Unidas Contra la Violencia. Todo fue muy espontáneo. Al inicio en la comunidad se reunían para mantener el vínculo colectivo, poniendo desde los pocos recursos que tenían. Luego, con el apoyo de una organización decidieron organizarse y en el 2009 lograron la personería jurídica.
Uno de sus propósitos es seguir fortaleciendo al movimiento de derechos laborales de las mujeres. Esto también las impulsa a tener una mirada regional y no sólo local o nacional. “Hoy por hoy vemos que los gobiernos están en mutuo acuerdo de todos los tratados y convenios internacionales, y las mujeres están invisibilizadas. En Guatemala hay leyes que se han aprobado en contra de la clase trabajadora y contra las mujeres. Por eso las mujeres tenemos que estar unidas y seguir empoderándonos, conociendo más nuestros derechos”.
“En Guatemala tenemos el convenio 189 (sobre trabajo doméstico) y los señores diputados no lo aprueban. Tenemos el 190, sobre violencia y acoso en el mundo del trabajo, y ahí está, no ha pasado del Ministerio del Trabajo. Yo les decía a las compañeras que hay que hacer un análisis, porque el 175 lo aprobaron a las 11 de la noche con 105 diputados y nosotras quedamos completamente fuera. Esto perjudica a todas las trabajadoras y trabajadores jóvenes y el futuro de ellas, porque ese es el trabajo parcial. No es justo porque pierden indemnización, aguinaldo y otras prestaciones a las que tenemos derecho. Hay una pérdida y por eso es que seguimos luchando.“